Y se quedó quieto un momento. En la obscura noche se podían apreciar claramente las estrellas, y él las observaba, deseando poder coger una; a pesar de que sabía que eran astros gigantes a millones de años luz, gustaba de las metáforas en las que podían tomarse todas las estrellas del firmamento y regalárselas a una persona. Él sabía a quién las regalaría.
‹‹Cómo me gustaría tomarlas››, pensó, ‹‹no todas, pero una en especial. Esa estrella grande de ahí, la tomaría y se la daría... ››, y dejó de pensar. Ya hace tiempo había hecho un pacto consigo mismo para no pensarla más, sólo se lastimaba, y se continuaba lastimando. Sin embargo, ya estaba acostumbrado a romper ese pacto continuamente, la recordaba constantemente: su sonrisa, su forma de ser, su voz, sus ojos, su cabello, sus cosas favoritas, todo. Por eso la quería, todo acerca de ella le parecía simplemente fascinante. Ya antes había hecho más locuras por menos sentimientos, empero algo esta vez le hacía actuar diferente, algo le hacía detenerse, algo en su interior decía que algo así no podría pasar nunca.
— Me pregunto si ella podría sentir algo similar a lo que siento yo—se preguntó a sí mismo—Me gustaría saberlo
— No hagas preguntas estúpidas. Lo suyo jamás funcionaría
— Pero… ¿Qué pasaría si ella sintiera lo mismo que yo? ¿No puede haber esa posibilidad?
— La conoces, y te conoces a ti también. Aún en alguna posibilidad de que ambos tengan el mismo sentimiento, su miedo mismo les impediría a cualquiera hacer alguna mención de ese tema. Esta escrito; continúa con el pacto y olvídala
— ¿Y crees que no lo intento? A cada instante lo trato de hacer. Trato de hacer como si nada pasara, trato de estar como antes, ¡Pero no puedo! Eso duele terriblemente. Sé que no tengo derecho a sentir esto, no tengo ningún derecho, y me siento mal cada día que pasa porque cada día que pasa este sentimiento crece más y más, y no sé cómo pararlo, simplemente no puedo pararlo. Cuando la veo tengo que fingir que nada pasa, tengo que actuar como siempre, aunque por dentro este muriendo por confesarle lo que en verdad siento.
El debate consigo mismo continuó varios minutos más, sin tener ninguna conclusión útil más que aquella chica jamás se enteraría de sus sentimientos. Él ya había tomado esa decisión, una decisión tan drástica como dolorosa, pero tenía que hacerlo; no tenía otra opción, no podía arriesgarse a perderla, prefería acarrear todo el dolor que suponía verla a perder el contacto con ella. Una tarea difícil, considerando que cada día que pasaba se volvía más adicto a su risa, más afecto a su voz, cada vez encontraba más bella su sonrisa, y cada vez más cautivadora su mirada.
De ser por él podía quedarse horas viendo sus ojos y la forma en que sus cabellos contorneaban su rostro. Dicen que los ojos son la ventana del alma y, si esto era cierto, concluyó que ella debía tener un alma tan pura que sus ojos relucían con cualquier mínimo destello de luz. Se embriagaba de su personalidad y lo cautivaba su actitud. Cuando él la abrazaba, cuando la saludaba con un tierno beso, o con el simple hecho de rozar su piel, él sentía estar en las nubes. Lo preocupante era que cada vez más frecuentemente recordaba su forma de reír, y cuando lo hacía, sonreía.
Es extraño como bastan pocas ocasiones para enamorarse de una persona, pero llevan algunos meses quitarse ese extraño veneno al que llaman amor. ‹‹amor››, él se repetía una y otra vez que no estaba enamorado; en esas condiciones sólo hay dos posibilidades: El hombre puede estar enamorado de esa mujer y soñar y soñar con ella indefinidamente, o quizá pueda ser sólo un flechazo en el que el hombre quedaba cautivado con las maravillas de la mujer, pero momentáneamente. Él rezaba porque estuviera en la última condición.
