Facebook Like

Un día más

4 A.M. Hora de levantarse. El campo no se iba a trabajar solo; le esperaba una larga jornada de diez horas, esperando poder conseguir el dinero necesario para cuidar a los que ama.

Al levantarse, recordó su infancia, y una ola de tristeza disfrazada de melancolía asoló sus pensamientos. Desde chico, había aprendido a luchar, a trabajar, a sacrificar sus sueños por cuidar a los que más quiere. Ser el más grande de seis hermanos no había resultado tarea fácil, pero había sabído salir adelante. Él, al igual que muchas personas en su localidad, había tenido que sacrificar sus estudios; no porque él quisiera, sino porque la vida así lo dictó. El pequeño Carlos, de 15 años de edad,  tuvo que trabajar  para darle sustento a su familia, una familia que recién había perdido a un gran hombre, una familia ahora desprotegida, una familia rota.

Desde entonces, Carlos supo que la vida no sería fácil para él, entendió que no habría tiempo para juegos, para diversiones, para estudios... para nada. Ahora, de él dependían sus hermanos y su madre. Su destino sería similar al de su padre, así como el de éste fue similar al de su abuelo. Así había sido su familia, de generación en generación, parecía no tener fin.

Carlos volvió un momento al presente, observó a su hijo más joven tendido en la cama, y todo lo que pudo hacer es sentir impotencia por no poder hacer nada para impedir la situación que lo postraba.

Dando saltos entre la tierra, salió de su casa. Este día no habría desayuno, pues la comida sólo era suficiente para los niños, -De cualquier forma comí ayer- pensó.

Después de casi una hora de camino, llegó al sembradío. Observó los campos donde debería haber vainas por millar, pero ahora eran contadas las apariciones; la cosa iba mal para todos. Se acercó a una cabaña improvisada donde todos los trabajadores acostumbraban dejar sus cosas y tomar el material necesario para la jornada. Carlos no tenía «cosas» que dejar, por lo que sólo se acercó para tomar el material. A lo lejos, se podía escuchar la radio: «¡Amigo campesino!» -rezaba el comercial- «¿Estás en una situación difícil? ¡Nosotros te apoyamos! Sólo tienes que acudir a alguna de nuestras sucursales...».

Carlos tomó una canasta del tamaño de un cazo y se dispuso a partir hacia los sembradíos. Alarcón, el capataz, lo veía a lo lejos desde hacía rato, pero Carlos no le había tomado importancia hasta que Alarcón comenzó a caminar hacia él. Sus pasos reflejaban intranquilidad, algo raro en su personalidad. «Carlos, necesito hablar contigo» -inquirió Alarcón.

Perdón



Perdóname… perdóname por quererte así, perdóname por tenerte un cariño inherente, perdón por soñarte, perdón por pensarte, perdón porque mi felicidad apunte indirectamente a la tuya, perdón por este escrito, por estas letras que son todas tuyas, perdón por este ser que hasta hoy vivió por ti… perdón por creer que sería diferente, por las ilusiones, por los momentos, perdón por todo.
Perdón por pensar que podría pasar algo, perdón por los sueños, perdón por los recuerdos. Pero por sobre todo, perdóname por no poder seguir, perdón por no poder apoyarte en estos momentos, perdóname por no poderte consolar cuando lo necesitas, y perdón de manera adelantada por no ser feliz cuando tú lo seas junto a otro hombre. Perdón por malinterpretar momentos, sé que nunca fue tu intención, sé que nunca lo hiciste adrede, y por eso me disculpo. Porque para un hombre, que por naturaleza es estúpido, hasta en la más mínima mirada se asoma una ventana de oportunidad, y eso le es suficiente para comenzar a crear vagas y pretenciosas ilusiones, eso es suficiente para soñar, para despegar, para retirarse del suelo un instante.
Lo peor de volar es el aterrizaje, y perdón por eso, perdón por estar triste, perdón porque tú seas el motivo de mi tristeza, porque sé que eso es lo que te dolerá más, porque sé que me quieres, sé que te importo, y sé que mi tristeza te hará infeliz, pero desafortunadamente, no me es suficiente, pero egoístamente pido más, pero estúpidamente creí llegar a más. Pero no, hoy todo acaba, todo se termina, aquí el fin, aquí el inicio.
Sé que todo pasará, sé que algún día pensaré en alguien más, sé que tú continuarás tu camino, sé que te enamorarás, sé que te casarás, sé que realizarás tu vida junto a alguien, pero todavía no llega ese día, ese día en el que te podré olvidar, o ser feliz por tu felicidad de una forma sincera, y eso es lo que me duele, porque sé que no estaré en ese futuro, porque sé que no estaré ni siquiera en tu presente.
Y desafortunadamente, no hay a quien reclamarle, no hay culpables… o quizá si los haya, quizá soy yo, soy el tonto que extraña tu mirada cuando creía que era para él, soy el hombre estúpido que añora tus brazos, soy el pendejo –si se le puede llamar así– que extraña el momento en que le dabas tiernamente un beso en la mejilla, imaginando y maquilando mil y un razones para creer que esos labios buscarían otro objetivo en la misma persona algún día.
Pero no te preocupes, me pondré bien, me repondré, me levantaré, porque siempre lo hago, porque no aprendo de mis errores, porque caigo una y otra vez en el mismo agujero, en el mismo hoyo, tropiezo siempre con el mismo error. Ese es mi destino y, no sé qué tan triste sea, pero ya me estoy acostumbrando. Sonríe, porque tu sonrisa vale más que el más bello de los atardeceres. Dedícale esa mirada a alguien más, porque en mí sólo produce dolor, dedícale esos brazos a alguien que sea merecedor de ellos, ya que yo no lo soy. Dedícale tus labios a alguien que haya obtenido los méritos para ganarlos, regálale tus lágrimas a aquel que sea capaz de conseguirlas. Regálale tu alegría a otra persona, yo no soy acreedor a esa dicha, yo no soy una persona que lo merezca, y es obvio que no seré la persona cuya felicidad sea complementada por ti, día tras día.
Vete, sólo márchate, yo estaré bien. Continua, sigue caminando, yo me quedaré aquí, en este pequeño rincón; mi espacio, mi lugar, mi propia guarida, mi refugio. Sólo aléjate; no conviene que te fijes en mí, porque sé que lo único que podrías tener por mí es lástima, y yo no quiero eso. Ya en este punto, no sé ni que quiero, así que vete, sin remordimientos, sin penas, sin cadenas, déjame aquí, que moriré, pero me levantaré de nuevo, anda y ve, que mis escritos ya no serán para ti.
Por lo pronto, dedicaré mis textos a aquella Dulcinea inexistente, a aquella mágica princesa que no es para mí por no estar en este mundo, o que quizá esté pero nunca conoceré. Me conciliaré con esa idea, y me dejaré abrazar por la dulce esperanza –sin fundamentos– de conocerla, me regocijaré en la soledad, me dejaré invadir por su abrazador silencio, y me consumiré por la pena. Todo estará bien, no habrá dolor, no habrá sufrimiento. Te observaré, y eso será todo. Te veré, y acabará, todo se esfumará, todo se irá, porque todo es tan efímero como la mera sensación del calor de la mañana, todo va, todo viene, nada es simplemente constante.
Anda y ve, sé feliz, pero no me pidas que yo lo sea. Anda y ve, disfruta de la vida, pero no me pidas que lo haga, porque sin ti me será imposible. Anda y ve, cuídate, y recuérdame, que yo siempre recordaré tu esencia, tus ideas tan diferentes a las mías, tus gustos musicales, y tu gusto por molestarme. Siempre recordaré nuestras peleas, tan divertidas, tus historias, tus gustos, y tu fascinación por el francés, y por tu queridísimo Cortázar; siempre recordaré tus miedos, tus inquietudes, tus inseguridades, porque también son mías, o al menos son parecidas. El destino simplemente no quiso que estuviéramos juntos, quizá te destruiría, o quizá tú a mí, quizá nuestra historia no debía contarse, ni debía existir. Pero, ahora que lo pienso, sí teníamos nuestra historia, y esa siempre la tendré presente. Tú eras diferente para mí, eres diferente a todo lo que había conocido, y serás diferente a todo lo que me depara el futuro, por eso sólo vete, pero recuérdame; lárgate, pero no me olvides; aléjate, pero por sobre todo, perdóname.
Perdona mi llanto, perdona mi tristeza, perdona mis enojos, y perdona la infelicidad que me puedes causar, perdona a este tonto que sólo quería tu cariño, perdona a este tonto que se ha dado cuenta de la realidad, perdona a este tonto que sabe que lo que no fue no será, perdónalo, eso es lo único que te pido, antes de tu partida.
Cuídate, siempre te querré, y sé que tú siempre me querrás, aunque no en la forma que me gustaría. Que tu vida esté llena de éxitos, y de amor, y de cariño, y de sonrisas, y de felicidad, porque eso es lo que mereces. Cuídate, ve a donde el viento te lleve, explora, ama, odia, equivócate y levántate; pediré al viento todos los días tu felicidad, rezaré por ti hasta el final, y oraré porque en tu vida cada día haya una sonrisa. ¿A quién? No lo sé, ya no entiendo nada, todo es incomprensible en este momento, es incomprensible que me sienta tan atado a tu belleza, tan pensante hacia tu hermoso rostro, tan maravillado por tu inteligencia y tus pensamientos, todo ¡Todo! Es ya incomprensible para mí. Yo, a partir de ahora, prometo no importunarte más. Perdón por todo, perdón por existir, perdón, perdón, perdón… simplemente eso.

Saludos

Gracias por venir a este, mi pequeño blog. Aquí es donde aguardan mis escritos a ser leídos por ustedes. Espero que éstos sean de su máximo agrado. Si es así no olvides hacerte seguidor en la barra lateral derecha para que seas el primero en leer las historias que subo. a continuación se muestra una lista con todas las entradas que están registradas. Cada una fué escrita en momentos diferentes con sentimientos diferentes. Cada una tiene una escencia interesante, así que asegurate de leerlas todas.

Indice

Haz clic en alguna entrada que te interese.

Entradas de "Cuando el boli cobra vida"


Ver portada